Pilotos y escritores

  • ADMINFIO 

Desde la aparición de los aviones hace poco más de un siglo, y especialmente en aquellas primeras décadas en las que la Aviación era, sobre todo, una aventura, la gente ha preguntado a los aviadores qué se siente al volar y por qué, si en algún momento se han visto en una situación delicada, han insistido en despegar al día siguiente en lugar de retirarse a una profesión más segura cuando aún estaban a tiempo. Hoy en día el que más y el que menos ha hecho algún viaje en avión, pero todos los que nos apasionamos con la aeronáutica solemos coincidir en que eso no es realmente lo que entendemos por volar, que para nosotros es otra cosa, un sentimiento profundo que sólo se puede experimentar plenamente en cabina sujetando los mandos y, para que la sensación sea completa, estando solos. Muchos dirían que se puede enseñar del único modo posible, volando, pero que realmente no se puede explicar qué se siente a quien no lo ha vivido por sí mismo. Sin embargo algunos lo han intentado a pesar de todo, y entre todos ellos unos pocos han estado tan cerca de conseguirlo que, con sus palabras, han inspirado a otros durante generaciones para que siguieran sus pasos. Hablamos de pilotos que también fueron o son escritores, capaces de hacer sentir a sus lectores lo mismo que ellos sintieron –o casi- y de entender por qué hacían lo que hacían.

 

El primer nombre que viene inevitablemente a la cabeza es el del inmortal Antoine de Saint-Exupéry. Universalmente conocido por su obra “El Principito”, que no por casualidad se inicia con un aviador que se ve obligado a hacer un aterrizaje forzoso en pleno desierto, Saint-Exupéry fue piloto entre 1921 y 1944, viviendo en primera persona el nacimiento de la Aviación Comercial, la era de los grandes raids y la terrible Segunda Guerra Mundial. Cuando desapareció en las aguas del Mediterráneo en julio de 1944 mientras pilotaba un P-38 de reconocimiento fotográfico, nos dejó varios libros en los que no sólo compartía aquello que había vivido durante dos décadas largas entre las nubes, sino que además le daba sentido. De todos, el más autobiográfico es “En tierra de hombres”, donde narra sus años como piloto de la compañía Aeropostale, llevando el correo entre Francia y sus colonias en el África Occidental primero, y después en Sudamérica por la peligrosa ruta de los Andes. Las sacas con el correo eran lo primero y casi cualquier riesgo era aceptable con tal de llevarlas a tiempo a su destino: climatología adversa un día sí y otro también, aviones antiguos y poco fiables, propensos a las averías en los momentos más inoportunos, navegación visual sin apenas referencias sobre desiertos, mares y selvas, aterrizajes forzosos en territorios agrestes controlados a menudo por tribus hostiles, la angustiosa búsqueda del compañero desaparecido, los padecimientos del que espera a ser rescatado y el dolor cuando la pérdida del amigo se convierte en certeza. Una dura existencia que hace preguntarse cómo, a pesar de todo, las renuncias eran prácticamente inexistentes –para saber más sobre la fascinante epopeya de la Aeropostale es muy recomendable leer la biografía de Jean Mermoz escrita por Joseph Kessel, también piloto y conocido autor-. Saint-Exupéry da cuenta además de su intento de récord de distancia junto a su navegante Prevot, que acabó en un accidente que pudo ser mortal sobre las arenas del Sáhara y en el que, sin saberlo aún, empezó a gestarse su Principito. Y todo ello, tantos padecimientos, tantas situaciones límite, ¿sólo por el placer de volar? En parte sí, pero hay más, y mucho de ello se puede encontrar en “Vuelo Nocturno”, una novela corta en la que los protagonistas son un piloto del servicio de correo que se enfrenta a una tormenta en plena noche, intentando encontrar su destino en la más absoluta oscuridad mientras calcula cuánto más le durará el combustible que le queda, y el gerente de la compañía que les obliga a todos a afrontar semejantes peligros en nombre de una visión, la del progreso a través de la Aviación, que en esos momentos críticos competía a muerte con barcos y ferrocarriles, un fin que para él, y para muchos de los implicados en aquella empresa, justificaba los medios. Y si volar en condiciones semejantes era arriesgado, aún sería mucho peor cuando se desatara el conflicto que habría de asolar medio mundo a partir de 1939. Saint-Exupéry era piloto en una escuadrilla de reconocimiento de l’Armée de l’Air cuando los alemanes entraron en Francia en 1940. En “Piloto de Guerra”, escrito dos años más tarde, nos habla de una misión en la que, junto a un navegante y un artillero, debía tomar fotografías del frente en torno a la ciudad de Arras, donde se luchaba ferozmente mientras la población anegaba las carreteras huyendo de los combates. Los tres hombres debían hacer frente a los BF-109 que eran dueños y señores del cielo y a la potente defensa antiaérea que acompañaba el avance de las tropas alemanas, sabiendo que en los últimos días sólo regresaba una de cada tres tripulaciones, y hacerlo además por unas fotos que serían ya antiguas en el momento que llegasen a los despachos de los oficiales encargados de estudiarlas, si es que llegaban. A pesar de todo Saint-Exupéry era capaz de encontrarle un sentido, de darle un porqué a sus acciones y a las de sus compañeros, más allá de la escasa utilidad de aquellas fotografías, y es que él creía en el valor del sacrificio. Pocos como él, que no era precisamente un guerrero, han explicado mejor lo que eso significa.

De esos años de aventura y grandes hazañas que fueron los 20 y los 30 se pueden encontrar unas cuantas joyas. El propio Charles Lindbergh escribió un libro sobre su histórica travesía del Atlántico titulado “Us” –Nosotros- que fue un éxito rotundo, pero no contento con los cambios impuestos por la editorial –tras la que se encontraba George Putnam, el que luego sería marido de Amelia Earhart- lo reescribió años más tarde con el título “Spirit of Saint Louis”, que obtuvo el premio Pulitzer y ocupó durante muchos meses el primer puesto en las listas de ventas. No tan conocido por el público español es el hecho de que su mujer, Anne Morrow Lindbergh, era una escritora de gran talento que, tras hacerse piloto con su famoso marido como instructor, le acompañó en varios viajes por Europa, Sudamérica y Asia sobre los que escribió dos libros titulados “North to the Orient” –Por el Norte hacia Oriente- y “Listen! The Wind” –¡Escucha! El Viento-, que fueron tan notables como para que el propio Antoine de Saint-Exupéry quisiera conocerla a toda costa, encuentro del que nacería una grandísima amistad –y es posible que algo más, pero eso es ya otra historia- que habría de perdurar hasta la trágica muerte de él

“West with the Night” –Hacia el Oeste con la Noche- es el relato de Beryl Markham que acaba precisamente con su vuelo sobre el Atlántico, de Londres a Nueva York, en 1936 –pilotando un Gull, muy parecido al Eagle 2 de la FIO-, pero también es mucho más que eso, es la vida de la autora criada en África por su padre, entre cazadores Masai y fieras salvajes, plantaciones inmensas y caballos de carreras, de su descubrimiento de la Aviación y sus inicios como piloto, de cómo conoció a leyendas de la época como Tom Black, que la enseñó a volar, o Dennis Finch Hatton –el personaje al que daba vida Robert Redford en “Memorias de África”-, a quien debía acompañar el día en el que se mató buscando desde el aire una manada de elefantes, y todo ello contado de una forma tan hermosa que no es de extrañar que el propio Hemingway dijese de él que “es un libro tan bien escrito que hace que me sienta avergonzado de llamarme escritor” –también hay una historia detrás de esas palabras de Hemingway, que conocía personalmente a Markham pero no consiguió conquistarla, como al parecer pretendía-.

Otra mujer, la famosa aviadora alemana Hanna Reistch, consiguió transmitir con gran viveza la emoción del vuelo en un libro que en España se tituló “Volar fue mi vida” –a veces hay algún ejemplar en la tienda de la FIO, si lo veis no lo dejéis escapar-, en el que detalla sus experiencias desde sus primeros despegues en planeadores lanzados con gomas, hasta su captura al final de la Segunda Guerra Mundial después de haber sido durante años piloto de pruebas de la Luftwaffe, volando prácticamente en todos los prototipos de caza y bombardero que se diseñaron antes y durante el conflicto, desde el Stuka al ME-163Komet. Con un estilo sencillo y ameno, Hanna consigue prácticamente meternos con ella en la cabina mientras su frágil velero es engullido por un tremendo cumulonimbo, o cuando cruza los Alpes en un histórico vuelo –fue la primera mujer en conseguirlo en un aparato sin motor- o mientras llevaba a cabo las pruebas del Komet “como si fuera montada en una bala de cañón”, por citar sólo algunos episodios de un libro que no tiene desperdicio.

Libros de guerra hay muchos. Que consigan hacernos entender, hasta donde es humanamente posible, lo que debió ser entrar en combate en alguno de los múltiples conflictos en los que han participado aviadores, hay bastantes menos. Si tuviera que destacar sólo uno me quedaría con “El Gran Espectáculo” de Pierre Clostermann, que el as francés recopiló a partir de los diarios que llevaba siempre consigo durante su paso por la Segunda Guerra Mundial en las filas de la RAF. Los entrenamientos, las patrullas, el placer de irse al aire en un magnífico Spitfire, los enfrentamientos a vida o muerte con los hombres de la Luftwaffe, las terroríficas misiones de ataque al suelo bajo el fuego constante de la flak, sin dejar de lado momentos divertidos como la escapada en la Tiger Moth del comandante para llevar a un compañero a intentar impedir la boda de una exnovia, o la primera vez que se subió a un Typhoon, cobran vida en este libro que durante décadas ha inspirado a jóvenes del mundo entero para querer convertirse, también ellos, en pilotos de caza. De esa misma época son, por citar otros ejemplos notables de libros escritos por pilotos de guerra, “El último enemigo” de Richard Hillary, “Costa Enemiga” de Guy Gibson, “Yo volé para el Fuhrer” de Heinz Knoke, “First Light” de Geoffrey Wellum, “A última hora” de Johannes Steinhoff, o el muy citado “Los primeros y los últimos” de Adolf Galland. Más recientes son “Fighter Pilot”, las memorias póstumas del as americano Robin Olds desde la Segunda Guerra Mundial hasta Vietnam, o “Viper Pilot”, de Dam Hampton, otro piloto que ha conseguido ganarse la vida como escritor tras haberse bajado de su F-16.

Dejando atrás los conflictos bélicos, aunque en su inicio también él fuera piloto militar, no podemos dejar de hablar de Richard Bach, un escritor que desde sus primeras obras no ha dejado de intentar transmitir su amor por el vuelo. “Ajeno a la tierra”, “Biplano” y “El don de volar” son algunos de esos libros en los que consigue acercar el cielo a quienes sólo lo han visto desde el suelo a través de sus propias experiencias como aviador, pero es quizá en “Juan Salvador Gaviota”, su creación más conocida, donde esa pasión por surcar el firmamento se hace más profunda, convirtiendo el vuelo en una metáfora de lo que nos hace ser seres humanos: nuestra capacidad de soñar, el deseo de aprender, el afán por mejorar, la ilusión por llegar más lejos y más alto y, sobre todo, la necesidad de amar y de compartir aquello que amamos. Esa metáfora la seguiría empleando en obras posteriores, lo que no es de extrañar porque no ha dejado de volar en los últimos cincuenta años. Poco después de publicar en 2012 “Viajes con Puff” -ése es el nombre que daba a su hidroavión particular- sufrió un accidente con ese mismo aparato, pero a pesar de las graves lesiones se recuperó, hizo que reconstruyeran a Puff, y ambos volvieron a elevarse juntos una vez más. No se puede decir que Richard Bach no predique con el ejemplo.

Hay muchos más libros escritos por pilotos deseosos de compartir sus vivencias, de hecho seguro que se me ha escapado más de una obra maestra, pero valga con los citados para picar la curiosidad de quien nos lea. Algunos son fáciles de encontrar y otros en cambio son casi incunables, los hay que no están publicados en castellano o que llevan tiempo descatalogados, pero si sois de los que os detenéis al ver un avión en la portada de un libro, es más que probable que os encontréis con alguno de ellos. Sin ir más lejos, no hace mucho me topé precisamente en la tienda FIO con una joyita titulada “Entre Junkers y Buchones” escrita por Manuel Ugarte, antiguo piloto militar que, entre otras muchas peripecias, puede permitirse el lujo de contar en primera persona cómo fue el rodaje de las escenas aéreas de “La Batalla de Inglaterra” -él pilotaba uno de los Buchones que hacían de 109 alemanes- o el campeonato mundial de acrobacia de 1964, en el que su compañero Tomás Castaño se hizo con el título y él mismo tuvo una brillante actuación. Lo dejamos aquí por el momento, pero por favor, no dejéis de enviar vuestros comentarios a este blog si tenéis alguna recomendación, ¡siempre hay sitio para otro libro “de aviones” en la biblioteca!

 

Texto y Dibujo (Saint-Exupéry): Darío Pozo Hernández