Sábado 5 de diciembre de 2015. La mañana es soleada y bastante cálida, teniendo en cuenta que en poco más de dos semanas dará comienzo el invierno. Aprovechando esta meteorología tan benigna, un puñado de nuestros socios han acudido a presenciar el entrenamiento de la FIO previo a la exhibición del domingo. Las caras de muchos de ellos nos resultan más que familiares, pues son habituales de cada mes. Son nuestra gente, los que no nos fallan nunca, los que están a nuestro lado en las duras y en las maduras y son por tanto nuestro mayor aval. Hoy me dispongo a charlar con algunos de ellos para conocerles un poco mejor y saber, de primera mano, qué les trae una y otra vez hasta nuestro museo volante.
Pegado a la valla del corralito se encuentra Juan Carlos, acechando con su cámara a todo lo que se mueve en la plataforma. La calidad de su material le delata como “spotter”, uno de esos aficionados aeronáuticos empedernidos – también conocidos como “aerotranstornados”- que disfruta cazando instantáneas de aviones de todas las épocas, aunque cada cual tenga sus preferidos. Le conocemos, como suele decirse, de toda la vida, pues es socio veterano.
– Tengo el número 70 -me comenta-. Llevo con vosotros desde hace 21 ó 22 años más o menos.
– ¿Cómo llegaste a la FIO?
– Pues verás, he sido aficionado desde siempre, pero el trabajo no me permitía desplazarme lejos de casa para presenciar eventos aeronáuticos, así que me tenía que conformar con lo que me pillara cerca y en fin de semana o vacaciones. Cuando, por casualidad, me enteré de la existencia de la Fundación, empecé a venir a ver las demostraciones en vuelo cada mes y enseguida me hice socio. Era una oportunidad que no podía desaprovechar porque en España prácticamente no había nada de esto, y de pronto, gracias a la FIO, me encontraba con la posibilidad de ver una exhibición aérea al menos una vez al mes. Después, cuando me jubilé y pude disponer de más tiempo, mi relación con la aviación se hizo aún más intensa. Me afilié también a AIRE (asociación compuesta por entusiastas de la aviación) y a la AAMA (Asociación de Amigos del Museo del Aire), y entre unas cosas y otras aquí me tienes, siempre rodeado de aviones. Aquí a la FIO vengo siempre que puedo, además intento traer gente conmigo para que se vayan aficionando. Luego con AIRE acudo a todas las exhibiciones aéreas que puedo, en España o incluso en el extranjero.
– ¿Hay algo que hayas visto por ahí fuera que desearías tener aquí?
– Hombre, es que en algunos países la afición que hay es tremenda. En Reino Unido, por ejemplo, vas a Duxford y lo que te encuentras es increíble, es que es otro mundo. Lo mejor cuando estuve allí fue que, por un precio razonable, podías volar en un Dragon Rapide. Yo lo hice y menuda experiencia, algo inolvidable. Eso sí que me gustaría poder hacerlo con la FIO, que los socios tuviéramos alguna posibilidad, pagando lo que fuera, de poder volar en un avión histórico. Yo ahorraría lo que hiciera falta con tal de poder darme el gustazo. Es que soy de los que se acerca a uno de estos aviones, lo toco con reverencia y le digo, ay, si tú hablaras, lo que me podrías contar…
En esos momentos empiezan a rodar el T-6 y el Twin Beech y Juan Carlos levanta el objetivo y empieza a disparar una fotografía tras otra, mientras explica que la primera vez que vio volar juntos Spitfires y Buchones se le puso la piel de gallina, lo mismo que la primera ocasión en que contempló al Mosca dando una pasada sobre la pista de Cuatro Vientos. Juan Carlos sonríe evocador por debajo del bigote.
– A veces pienso que estoy metido en demasiadas cosas, pero no sería capaz de dejar la FIO. Son muchos años, muchos recuerdos… Por poner un ejemplo, mi hija tiene ahora 21 años, y tengo una foto con ella y mi sobrino subidos en la Stearman en la que no tendrá más de tres o cuatro. A ver si un día los convenzo y me los traigo para repetir esa misma imagen pero con ellos ya mayores…
– Si me haces llegar esa foto la ponemos en el blog de la FIO.
– Pues claro, dime tu dirección de correo y te la envío.
Cerca de nosotros se encuentra Alejandro, que ha venido con su novia y accede a ser el siguiente entrevistado. Nos va a costar un poco entendernos porque al otro lado de la valla el Mosca se ha puesto a hacer la prueba de motor previa al despegue, por lo que el estruendo de fondo es más que considerable –aunque sea una delicia para nuestros oídos-.
– Soy socio desde las Navidades pasadas -me cuenta alzando la voz-, fue un regalo de mi padre, que sabía que me hacía mucha ilusión, aunque ya llevaba bastante tiempo viniendo a las exhibiciones siempre que podía. La primera vez fue con doce años.
– ¿Recuerdas cuándo te picó el gusanillo aeronáutico?
– Tendría unos diez años, fue con un juego de aviones para la Play Station, que me tuvo enganchadísimo e hizo que me empezara a llamar la atención todo lo relacionado con la aviación. Después empecé a probar simuladores más serios en el ordenador, como el Flight Simulator y el Il-2 1946, y acabé uniéndome al Escuadrón 69*. Fue con ellos con quienes empecé a venir de forma más regular a las exhibiciones. Cuando vienes acompañado por gente a la que le gusta esto tanto como a ti se disfruta aún más.

En esta foto, correspondiente a una visita a la FIO de varios miembros del Escuadrón 69, Alejandro es el tercero por la izquierda.
– ¿No te han entrado ganas de hacerte piloto como profesión?
– Pues claro, durante años ésa fue mi intención, pero me dijeron que soy demasiado alto como para meterme en un caza, que era lo que me más me atraía, y además tengo algunos problemas de vista, así que tuve que descartarlo y optar por otra carrera. No obstante, en cuanto me lo pueda permitir, me sacaré la licencia de piloto privado.
– ¿Qué es lo que te hace volver cada domingo?
– Eso -dice señalando al Mosca, que se aleja ya hacia la pista, lo que nos permite dejar de chillar-. Es que realmente me apasionan estos aviones. Al Mosca le tengo un cariño especial porque en el Escuadrón 69 lo hemos volado mucho en virtual, pero también me encantan el T-6 y el Twin Beech. Bueno –añade con una sonrisa-, la verdad es que me gustan todos. Cada uno tiene algo que lo distingue, y poder verlos así es una maravilla.
– ¿Se te ocurre algo que podamos mejorar?
– Puestos a pedir, tener algún bombardero de la época de la Guerra Civil y unas cuantas Roxannes.
Todavía riéndome con tan ocurrente respuesta -no, su novia no le estaba oyendo en ese momento-, dejo a Alejandro que pueda seguir disfrutando del entrenamiento y busco con la mirada a ver quién cae ahora. Tras hablar con uno de los socios más antiguos y con uno de los más recientes, para completar el artículo me gustaría contar con alguien en la franja media del espectro, es decir, los que llevan más de diez años con nosotros pero menos de veinte. Enseguida se me ocurren dos personas que serían ideales para esto, se trata de la pareja compuesta por Juan Carlos -no es el mismo de antes, éste no tiene bigote- y Cristina, que suelen venir acompañados por sus dos hijos, la familia “aerotranstornada” al completo. Hoy no los veo por aquí, pero cuento con encontrarlos mañana durante la exhibición en vuelo.
Domingo 6 de diciembre de 2015.
Ya está todo montado y el público poco a poco va llenando el corralito. No tardan en aparecer Juan Carlos y Cristina, no podían fallar. Cuando se acercan a saludar les cuento lo que estoy haciendo y aceptan participar encantados.
– Tú sabes que, salvo fuerza mayor -dice Cristina riendo-, aquí estamos como un clavo todos los domingos.
– ¿Y desde cuándo venís haciéndolo?
– Desde 2003, pronto hará 13 años. Estaba yo embarazada de Lucía…
– Resulta que un profesor mío que daba Física en la Escuela de Caminos -explica Juan Carlos-, y que siempre planteaba todos los problemas con aviones, nos había hablado en clase de la Fundación Infante de Orleans y de sus exhibiciones en vuelo, y desde entonces estaba con ganas de acudir alguna vez. Aquel día por fin nos decidimos y se puede decir que nos enamoramos de esto.
– A mí siempre me habían llamado la atención los aviones, era de las que escuchaba un motor y dejaba lo que estuviera haciendo para buscarlo en el cielo, pero después de conocer a Juan Carlos él me hizo aficionarme todavía más. Y de pronto aquí estábamos, viendo todos esos aparatos de película, tan cerca…
– En cuanto empezaron a volar ya sabíamos que íbamos a volver otra vez al mes siguiente.
– Lo que nos atrapó fue precisamente eso, la cercanía -cuenta Cristina-, y no sólo de los aviones, sino también de la gente de la FIO. Esa posibilidad de acercarte a cualquiera de los pilotos y preguntarle cualquier duda. Siempre me acuerdo de Quique Bueno, tan atento y tan simpático, sobre todo con los niños, que hasta los subió una vez a que vieran la cabina del T-6. O de Manuel Valle, que un día de noviembre que estaban cayendo chuzos de punta y se suspendió la exhibición nos llevó a ver el hangar-museo, diciendo que no nos iba a dejar que nos hubiésemos mojado en balde.
– El que siempre tenía un corrillo alrededor era Kiko Muñoz -recuerda Juan Carlos-. Lo explicaba todo tan bien y con tanta amabilidad que, en cuanto lo veíamos, nos arrimábamos a ver qué aprendíamos ese día, era genial. Con el tiempo nos hicimos muy amigos, nunca podremos agradecerle tantos buenos ratos que nos ha hecho pasar. Lo echamos mucho de menos…
– También tenemos que hablar de los voluntarios. A los niños los traemos desde que eran bebés, y a Lucía sobre todo le encantaba quedarse un rato con Pilar en el puesto de socios. Cuando empezó a organizar el taller infantil para ellos fue una maravilla, cada vez que pueden se apuntan y en cada ocasión salen encantados.
– Carlos, de pequeñito, siempre contaba en el cole que iba a ver aviones con su padre y con su hermana y que le habían dejado subirse en uno. Algunos profesores se creían que nosotros éramos pilotos.
– Si es que todo lo que digamos de nuestra experiencia con la FIO será bueno.
– Me alegro de oír eso, pero aún así, ¿hay algo que penséis que se podría mejorar?
– Pues mira -dice Juan Carlos asintiendo-, hay un par de cosas que echo de menos de los meses en los que no se podía volar, y que podrían seguir haciéndose de cuando en cuando, no necesariamente los días de exhibición. Una son las charlas y presentaciones, hubo algunas interesantísimas en ese tiempo y me parecieron una forma estupenda de difundir la cultura aeronáutica. La otra son las demostraciones de vuelo virtual, que como sabes es la forma que tenemos muchos de vivir la aviación y sentirnos pilotos durante un rato. Aquí tenía uno la oportunidad de ver material novedoso y probar una gran variedad de simuladores, por no mencionar lo bien que se lo pasaban los niños. Carlos siempre me pregunta que cuándo van a volver los chicos de los ordenadores.
– Yo lo que más echo de menos es al Saeta -por primera vez desde que hemos empezado a hablar Cristina deja de sonreír-. Siempre fue mi preferido y siempre lo será, y lo que más pena me da es no haber conocido a Ladis en persona.
Los tres nos quedamos callados. Cristina levanta la mirada un momento y se le pierde en algún lugar entre las nubes. Los niños dicen escuchar el mar en las caracolas. Algunos de nosotros, en el cielo madrileño, creemos oír en momentos como este el silbido de unos motores Marboré.
Al cabo de unos instantes nuestra amiga deja escapar un suspiro y es ella misma la que retoma la conversación.
– Lo más grande sería poder volar alguna vez en uno de estos aviones históricos, quizá en el Dragon o en el Twin Beech, y no te digo ya en el T-6. En el extranjero sí que existe esa posibilidad, no es barato pero se puede conseguir, y si la FIO también la ofreciera seguro que muchos romperíamos la hucha con tal de vivir ese sueño.
– No sois los primeros que lo sugerís…
– Es que eso sería ya la bomba -dice Juan Carlos-. De momento seguiremos esperando a ver si nos toca el vuelo en la Dornier, aunque como sólo puede subir uno ese día lo mismo acabamos peleados.
– La verdad -explica Cristina-, es que seguimos viniendo una y otra vez porque aquí nos sentimos como dentro de una gran familia. Por un lado están los aviones, que no sólo es que nos gusten, es que son ya un poco nuestros. Por otro lado está toda la gente que hemos ido conociendo a lo largo de los años y con los que seguimos encontrándonos cada domingo. Por eso contamos los días hasta que llega la siguiente exhibición.
No se puede explicar mejor de lo que lo ha hecho Cristina, así que con esto terminamos por esta vez. Si queréis contarnos vuestra propia experiencia o enviarnos algún comentario, estaremos encantados de leeros: vuestra opinión es muy valiosa para nosotros.
¡Nos vemos en la siguiente!
Texto: Darío Pozo Hernández
Fotografías: Juan Carlos Rojas, Juan Carlos Alonso y Cristina García.
*Nota: El Escuadrón 69 es un grupo de vuelo virtual muy vinculado a la FIO, dado que bastantes de sus miembros son socios protectores y algunos incluso colaboran como voluntarios, habiendo organizado de forma conjunta con la Fundación varias demostraciones de simulación de vuelo durante 2013 y 2014.