Siempre en nuestra memoria

Otra vez estamos en mayo. Las lluvias han dejado los embalses llenos y el campo verde y precioso, hoy lo he visto desde el aire. Siempre me ha gustado mucho este mes, pero de un tiempo a esta parte, cuando empieza, a veces me siento un poco triste.

Hacía una mañana espléndida, tan bonita como para enmarcarla si tal cosa fuera posible, y además todo estaba saliendo a pedir de boca. Tres mil personas contemplaban desde el corralito las evoluciones de la última formación de la FIO, única en el mundo, compuesta por el T-6, el Mosca, la Mentor y el Saeta. Recuerdo como si hubiera tenido lugar ayer, y a cámara lenta, la última pasada de nuestro reactor, sobrevolando la pista de Cuatro Vientos de este a oeste, cruzándose con una cigüeña que, tan imperturbable como inoportuna, aleteaba a poca altura en dirección a la plataforma. En la calle de rodaje Ramón Alonso se preparaba para despegar a bordo de su Sukhoi, dispuesto a regalarnos otra de sus magníficas exhibiciones acrobáticas. Un día sencillamente perfecto, pero entonces sucedió lo impensable y aquel domingo radiante dejó de repente de ser hermoso.

La FIO llevaba ya casi 24 años celebrando demostraciones en vuelo de su colección de aviones históricos, siempre con el máximo rigor y profesionalidad. A lo largo de más de 200 exhibiciones no había habido nunca un incidente durante su celebración. Todo estaba tan meticulosamente preparado y revisado, desde el mantenimiento de los aviones hasta las maniobras que habría de realizar cada uno de ellos, que costaba creer que algo hubiera podido salir mal, pero ante un suceso así la única acción posible era replanteárselo todo, hasta el más simple de los procedimientos, y dejar en suspenso las exhibiciones durante unos meses hasta poder retomarlas con todas las garantías. El Ministerio de Fomento decidió entonces que la parada habría de ser aún más larga, y que las demostraciones no podrían retomarse al menos hasta que la comisión de investigación completase su trabajo y pudiera descartarse cualquier error por parte de la FIO. Iba a ser un año muy largo y muy duro, pero en esos momentos era difícil pensar en ello. Cada cual debía lidiar a su manera con lo sucedido, cada cual llevaba su procesión por dentro.

Todos cuantos conocían a Ladis hablaban, entonces y ahora, maravillas de él, tanto en lo personal como en lo referente a su trabajo, en el que había llegado a lo más alto a lo que puede aspirar un aviador militar. Muchos recuerdan cómo su pasión por los aviones le desbordaba, cómo tarde o temprano acababa desviando al vuelo cualquier conversación, cómo se le ensanchaba la sonrisa cuando el aire olía a queroseno y el estruendo de motores apagaba cualquier otro sonido. También cuentan que en 18 años de voluntario con la FIO ninguna labor le pareció pequeña o insignificante, regalando con humildad horas y horas de esfuerzo sin protestar jamás por el hecho de que él, todo un piloto de F-18, estuviese allí de reserva, “chupando banquillo” como decía Carlos Valle, hasta que llegase su oportunidad de entrar a formar parte del “primer equipo”. Apenas hacía unos meses que lo había conseguido, nada menos que en el Saeta, y eso apenas un año después de haberse convertido en padre. Se podía decir que la vida le sonreía y que era así con justicia, pero si hay algo que la vida no es, es precisamente eso, justa.

Todos los que hemos perdido alguna vez a alguien de forma súbita nos preguntamos inevitablemente por qué. Por qué él o por qué ella, por qué allí, por qué entonces, por qué de esa manera. Para quien no haya sido inoculado con este dulce “veneno” del amor por la Aviación puede ser difícil encontrarle sentido a un sacrificio como el de Ladis, que nos dejó mientras pilotaba un avión con casi sesenta años de historia para disfrute de una pequeña multitud de aficionados, pero sin duda lo tiene, vaya que si lo tiene.

Ladis amaba la Aviación y gozaba enormemente de ella, pero además estaba convencido de que era su deber ayudar a la conservación y al conocimiento de su Historia, acercándola al público y ayudando con ello a que siguieran surgiendo vocaciones aeronáuticas entre las nuevas generaciones, algo imprescindible para mantener a nuestro país en la senda del progreso y el desarrollo constante que desde comienzos del siglo pasado han ido siempre de la mano de la Aviación. Aquel HA-200 Saeta que él pilotaba era clara muestra de ello, el primer reactor construido en España, la prueba de que incluso en épocas de penuria económica la ilusión, el trabajo y el talento pueden dar como fruto algo tan bello y tan útil como aquel avión tan cargado de simbolismo. Al igual que el resto de componentes de la FIO, también él creía que no había otra forma de enseñarlo que no fuera en su elemento, en pleno vuelo, provocando aplausos y exclamaciones de admiración tanto entre los viejos aficionados como entre los niños que lo veían por primera vez, niños que quizá algún día, con ese momento de magia aún grabado en la retina, podrían decidir convertirse en mecánicos, ingenieros, controladores, pilotos…

Sin duda Ladis murió haciendo algo que le gustaba muchísimo, pero sobre todo lo hizo realizando un servicio público. Era un profesional, primero en el Ejército del Aire y después en la FIO, que conocía bien los riesgos inherentes al vuelo, en particular cuando se trata de una aeronave histórica, y los asumió de forma consciente con el fin de llevar a cabo su autoimpuesta misión, con una sonrisa en la cara y el corazón henchido de orgullo por estar allí, a los mandos de aquel avión singular, pero sobre todo cargado de generosidad porque aquello no lo estaba haciendo por él mismo, sino por los miles de personas que estábamos ahí abajo, contemplándolo y respirando al hacerlo bocanadas de felicidad pura. Ninguno de nosotros podría decir, por tanto, que su sacrificio careciera de sentido. Todo lo contrario.

 

 

Lo que vino después no fue fácil. Nunca podremos dar suficientemente las gracias a todas las personas que enviaron sus muestras de respeto y sus condolencias, a los que acudieron al homenaje celebrado un mes más tarde y también en el primer aniversario de su marcha, y especialmente a todos los que continuaron apoyándonos durante los interminables meses sin vuelos, ese par de cientos de visitantes que casi siempre eran los mismos y que seguían acudiendo fieles a la mensual cita para ver nuestros aviones, aunque fuese posados en tierra, y asistir a las distintas actividades que se fueron programando para seguir cumpliendo, aun con los pies forzosamente en el suelo, el encargo que nos dejó nuestro compañero Ladis. Hubo charlas y presentaciones, demostraciones de vuelo virtual a cargo de los amigos del Escuadrón 69, exposiciones de maquetas, de cascos y uniformes, de pintura aeronáutica, y mientras tanto, en la sombra, se siguió trabajando para depurar procedimientos, mantener los aviones a punto, continuar las restauraciones en curso y volar en los días de entrenamiento con tanta intensidad y concentración como si la próxima exhibición fuera a celebrarse al día siguiente.

Repito que no fue fácil. Sin la posibilidad de realizar demostraciones en vuelo las dificultades económicas y de otras índoles no hicieron sino aumentar, en los medios y en las redes sociales algunos especularon con la desaparición de la FIO, pero eso no podía ser, no entendían que hubiera sido como dejar a Ladis colgado después de que él lo hubiera dado todo por nosotros. Así que la FIO aguantó, se reforzó y al final… volvió. Los resultados de la investigación respaldaron la labor de esta institución tanto en el mantenimiento de los aviones como en la realización de las exhibiciones, ofreciendo algunas recomendaciones que fueron por supuesto adoptadas, y por fin llegó la tan esperada autorización para poder volver a abrir las puertas al público. En julio de 2014 pudo celebrarse una primera exhibición, que a todos nos llenó de júbilo, y en diciembre de ese año retomamos la normalidad, que no hemos abandonado hasta ahora salvo cuando la meteorología nos ha impedido el despegue, pero incluso entonces hemos abierto el Museo de par en par a nuestros visitantes. Es cierto que las estrecheces monetarias nos han tenido durante bastante tiempo cerca del precipicio, pero nunca se ha tirado la toalla, desde el Presidente hasta el último de los voluntarios se ha seguido trabajando para mantener el proyecto en marcha y conseguir el necesario patrocinio, y cinco años después podemos decir que empezamos a ver la luz. Habría sido mucho más fácil rendirse, pero hacerlo era imposible.

Me han contado que Ladis dijo alguna vez que su trabajo en la FIO le permitía devolverle a la Aviación parte de lo que la Aviación le había dado a él. Ahora puedo decir que le comprendo.

Yo no lo conocía personalmente, aunque sí que lo había visto charlando en el corralito con otros pilotos, o haciendo la revisión pre-vuelo al Saeta en esos últimos meses. Hasta aquel día aciago yo era un visitante más entre el público, uno de tantos socios de la FIO que acudía allí cada primer domingo de mes para disfrutar, junto a un puñado de amigos, de nuestra afición favorita. Pero cuando pasó lo que pasó sentí que había contraído una deuda de por vida, que nunca jamás volvería a ser feliz viendo una exhibición aeronáutica a menos que abandonase mi cómoda posición como espectador, e hiciera algo para devolverle a ese aviador aunque sólo fuera una muy mínima parte de lo que él me había regalado a mí, pagando un precio tan terriblemente alto por ello. No podía imaginar entonces que, al dar ese paso, me llevaba mucho más de lo que a cambio entregaba, que el intercambio no era justo, sino injusto a mi favor.

 

 

A lo largo de estos cinco años el grupo de voluntarios se ha convertido para mí en una especie de segunda familia, los mecánicos y pilotos a los que antaño miraba con admiración contenida desde el otro lado de las vallas ahora son compañeros y en muchos casos amigos, y yo mismo he pasado de ser “un tipo al que le gustan los aviones” a ser “un tipo que pilota aviones”, mi sueño de infancia cumplido tras descubrir, después de un año escaso entre tan contagiosas compañías, que no podía seguir postergándolo ni un solo día más. Ahora entiendo en carne propia por qué Ladis, como el resto de integrantes de la FIO, daba por buena cualquier tarea que les cayese entre manos, cómo resulta tan satisfactorio acarrear un montón de vallas como organizar un taller infantil, escribir un artículo en el blog o enseñar el Museo a un visitante, cómo el sentirme parte de este hermoso y necesario proyecto, y de este maravilloso grupo humano, compensa con creces cualquier esfuerzo. Al mirar atrás siento que todo esto lo disfruto hoy gracias a él, y es por eso que nunca podré dejar de seguir aportando lo que pueda, porque aquella deuda con él contraída no sólo sigue muy lejos de ser saldada, sino que se incrementa más y más cada día.

Gracias, Ladis.