Achtung, Spitfires!

Es verdad, para qué lo vamos a negar: nos va la marcha. Pasada ya la exhibición FIO de julio podríamos dejar descansar nuestro “aerotrastorno” hasta septiembre, cuando volveremos a abrir las puertas al público para un nuevo domingo en Cuatro Vientos. “¿Es que no os cansáis de aviones?”, nos preguntan en casa. “¿No tenéis bastante con una exhibición diez meses al año?” Pues debe ser que no, porque menos de dos semanas después, concretamente el viernes 13 de julio, varios voluntarios de la FIO nos encontramos en Barajas a eso de las 4:30 para coger un vuelo con destino Londres-Stansted. ¡Nos vamos al Flying Legends!

Para quien no esté muy al día en el tema de los festivales aéreos, el Flying Legends es un evento aeronáutico de primer nivel que se celebra anualmente en Duxford, muy cerca de Cambridge. Fundado en 1918, Duxford fue un aeródromo de la RAF muy activo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando acogió a los Hurricanes de los escuadrones 310, formado por pilotos checos, y el 212, liderado por el famosísimo Douglas Bader, los cuales jugaron un papel protagonista en el desarrollo de la Batalla de Inglaterra. Posteriormente sería base de otras unidades tanto de la RAF como de la USAAF, dotadas con Spitfires, Thunderbolts y Mustangs, entre otros aparatos míticos, y después de la guerra, ya con pista asfaltada, recibió a los Meteor, los Javelin y los Hunter. En 1961 fue abandonado definitivamente por la RAF, pero el rodaje de la película “La Batalla de Inglaterra” en 1968 lo rescató del olvido, aunque la filmación causó más daños en las instalaciones que los alemanes durante la guerra, sobre todo por la voladura de un hangar de la I Guerra Mundial en una de las escenas más impactantes de la cinta. Fue finalmente su asignación en los años 70 como una de las sedes del Imperial War Museum lo que salvó a Duxford de ser desmantelado, y actualmente sigue operativo como aeródromo civil. Además de los hangares del museo residen en él varias colecciones de aviones históricos en vuelo, entre las que destacan la Fighter Collection, la Historic Aircraft Collection y la Aircraft Restoration Company. Difícilmente podría encontrarse un lugar más emblemático en el que llevar a cabo un espectáculo de la calidad y la envergadura del Flying Legends, en el que se reúnen en torno a medio centenar de aeronaves de la Segunda Guerra Mundial durante un fin de semana difícil de olvidar para todos los asistentes.

 

 

Hecha esta pequeña introducción volvemos a la narración de nuestro viaje, en el que los chicos de la FIO estaríamos acompañados por varios miembros del Escuadrón 69 -ya sabéis, los del vuelo virtual- y del Club de Vuelo TAS de Cuatro Vientos. Algunos de estos compañeros no se conocían entre sí, pero al cabo de escasos 30 segundos ningún observador externo hubiera podido detectarlo, tal es el poder de la afición por lo aéreo, que se lleva también por delante las diferencias de edad: más de 40 años del más joven al más viejo del grupo y la misma ilusión en todos. Tras un vuelo sin incidentes nos plantamos en Stansted, que por cierto fue construido durante la Segunda Guerra Mundial para albergar a varios escuadrones de B-26 de la USAAF, donde nos esperaban nuestros coches de alquiler. De los aeropuertos londinenses Stansted es el que está más al norte y es por tanto el más próximo a Cambridge y a Duxford, lo cual es una ventaja importante no sólo por el ahorro de tiempo, sino para minimizar las millas de conducción por la izquierda y con el volante a la derecha, experiencia que no es para corazones demasiado sensibles. Con la inestimable ayuda del Google Maps en poco rato nos plantamos en nuestro objetivo, y nada más bajarnos del coche un sonido de atractivo irresistible nos hace mirar a todos hacia el cielo, que por cierto luce un azul casi inmaculado nada característico de estas tierras: acaba de despegar un Hawker Hurricane, la primera de las joyas que habremos de contemplar durante los siguientes tres días.

 

 

Como a estas alturas estamos que mordemos de hambre, nada más entrar nos vamos derechos a uno de los restaurantes del museo, antigua cantina de cuando esto era una base de la RAF, y nos lanzamos a por el English Breakfast, una fenomenal bomba calórica con su huevo, su salchicha, sus judías, sus champiñones y todo lo demás, conscientes de que nos van a hacer falta energías para todo lo que tenemos por delante -hay que decir que algunos en el grupo somos ya repetidores, llevándose la palma nuestro amigo Antonio que va ya por su quinto Flying Legends.

 

 

Comenzamos la visita en el Hangar número 1, que contiene la exposición permanente AirSpace, todo un recorrido por la historia de la Aviación Británica. La estrella en esta primera etapa es probablemente el Concorde, al que por supuesto nos subimos. No es éste un ejemplar de serie, sino uno de los prototipos, lo cual lo hace todavía más interesante, ya que conserva los aparatos de medida y calibración utilizados durante las pruebas y un curioso mecanismo de escape para permitir abandonar la nave mientras aún vuela a velocidad supersónica -afortunadamente nunca tuvo que utilizarse.

 

 

Otros habitantes ilustres del singular edificio son un bombardero Avro Lancaster, un Avro Vulcan o un De Havilland Mosquito, compartiendo espacio, ya sea en el suelo o suspendidos del techo, con un BAE Lightning, un Panavia Tornado, un Short Sutherland, un Camberra o el imponente BAC TSR-2, que se codean con venerables biplanos como el De Havilland DH-9, la Tiger Moth o el Swordfish… En fin, una maravilla que no vamos a describir en detalle porque en lugar de artículo nos saldría un novelón, pero os podréis hacer una idea con las fotos que acompañan al reportaje.

 

 

Al salir nuevamente al exterior volvemos a escuchar sonido de Merlins… “ACHTUNG, SPITFIRES!” Sí, ahí están los hijos predilectos de la Supermarine, uno de los aviones más bonitos jamás fabricados y también uno de los, con toda justicia, más legendarios. Son tres y vienen en formación cerrada en V, igualito que en la película “Dunkerque”, y al paso de sus alas elípticas se nos dibuja a todos una sonrisa en la cara. Después de varias pasadas y un par de ochos que parecen medidos con compás realizan una rotura preciosa y se van a tomar tierra. Esto no ha hecho más que empezar…

 

 

Pasamos a continuación al Hangar 2, Flying Aircraft, en donde se están revisando algunos de los aviones que veremos volar mañana. Entre Mustangs y Spitfires nos fijamos en una solitaria Bücker de las construidas por CASA, la cual tendremos oportunidad de admirar mañana en todo su aéreo esplendor, y en un Fiat CR-42 “Falco” que parece recién salido de fábrica, que no está aún en vuelo pero se espera que lo esté el año próximo -siempre es bueno tener excusas para volver.

 

 

De ahí nos vamos al Hangar 3, Air and Sea, dedicado a la Aviación Naval, donde nos reciben un Fairey Gannet -desde luego no será el avión más fotogénico que nos encontremos hoy- y un Grumman Avenger, y más adelante descubrimos entre otros un Sea Vixen, un Sea Hunter y un Sea Vampire, junto con algunas embarcaciones entre las que destaca un curioso minisubmarino.

El Hangar 4 es otro de los platos fuertes, pues alberga otra exposición permanente, Historic Duxford, donde se repasa la historia de este magnífico lugar y de las aeronaves que han pasado por él en sus distintas fases, con atención especial, faltaría más, a la Batalla de Inglaterra. Son protagonistas, como no puede ser menos, el Hurricane y el Spitfire, pero también un diorama en el que se puede contemplar un BF-109E derribado durante la Batalla de Inglaterra, con el soldado haciendo guardia frente a su plano izquierdo como en las fotografías históricas que se conservan de este mismo aeroplano, poco después de su toma forzosa.

 

 

Entre los residentes que recuerdan su primera época vemos un De Havilland DH-9, un BE2C y un Bristol Fighter, mientras que de la época de los reactores tenemos un Meteor, un Javelin, un Hunter, un Mig-21, un Phantom y un Tornado entre otros. Los tres últimos mencionados no pasaron por Duxford, como tampoco un He-162 y un ME-163 alemanes, pero vienen muy bien para mostrar de forma más amplia cómo ha sido la evolución en el diseño y la tecnología de los aviones de combate. Para nuestro orgullo, también ocupa un lugar destacado un autogiro La Cierva C-30, con los colores de la RAF, que nos recuerda que gracias a ellos los ingleses pudieron calibrar su red de radares a tiempo de utilizarlos durante la Batalla de Inglaterra, algo que fue crucial para su supervivencia frente a la hasta entonces invencible Luftwaffe.

 

 

De ahí pasamos al Hangar 5, Conservation in Action, especialmente interesante para nosotros, ya que en él se pueden visitar los distintos proyectos de restauración en curso. En general los aviones que se encuentran aquí no pertenecen a las colecciones en vuelo, sino al propio museo, por lo que su destino son las exposiciones estáticas. Buena parte del espacio se lo come el gigantesco Handley Page Victor, en el que vemos a varias personas trabajando. Desde luego tienen tarea…

Otros tienen menos suerte, como el CASA 2111 que sigue tal y como lo hemos visto en otras ocasiones, sin motores y sin pinta de que se haya hecho avance alguno con él, o un Pucará capturado durante la Guerra de las Malvinas. A lo mejor acabamos nosotros antes en volver a poner en vuelo el segundo T-6 de la FIO.

Como el English Breakfast nos lo hemos tomado relativamente tarde y aún lo estamos digiriendo, decidimos no parar a comer y seguimos deambulando en dirección al Hangar 6, diseñado por Norman Foster -el mismo que proyectó lo que iba a ser el museo FIO en Getafe, antes de que la crisis nos dejara a todos con las ganas-, que es donde se encuentra el American Air Museum, pero por el camino nos vemos obligados -es un decir- a volver a mirar hacia arriba. Lo que en esta ocasión atrae nuestras miradas es un DC-3 de Swissair, de un deslumbrante plateado, que lidera una formación en rombo con tres Twin Beech como el de la FIO, igual de relucientes e idénticos entre sí salvo por la banda de color que luce cada uno de ellos en el carenado de sus motores, uno rojo, uno azul y otro amarillo.

 

 

En un momento dado el amarillo se separa de la formación y empieza a realizar acrobacias dejándonos con la boca abierta. Esto es algo que sólo habíamos visto en vídeos por Internet. Mañana miles de personas contemplarán este mismo ejercicio, pero hoy viernes hay muy poca gente -comparativamente hablando- y nos sentimos como privilegiados espectadores de un ensayo teatral, espiando entre bambalinas lo que todavía nadie salvo los propios actores han tenido oportunidad de presenciar. Después de aterrizar los cuatro bimotores pasan rodando muy cerca de nosotros, por la calle de rodaje paralela a la plataforma en la que nos encontramos, yendo a estacionar en una línea de vuelo que cada vez está más llena de aviones. ¡Esto es un no parar!

 

 

El American Air Museum es otra maravilla de exposición, también permanente, en la que nuevamente por falta de espacio los aparatos se reparten entre el suelo y el techo. De ahí cuelga un Mustang, que parece pequeño al lado de un Thunderbolt, y este a su vez no parece tan grande junto a un Dakota y a un B-25, los cuales contemplan bajo ellos a un B-17, un B-29, un SR-71 Blackbird y un B-52, que se dice pronto… Casi cuesta fijarse en el SPAD, el Stearman y el T-6 suspendidos sobre estos grandullones, pero es que también hay un U-2, un A-10 y un F-15. De locura.

 

 

 

Un enorme tubo metálico nos sorprende, ¿qué avión puede ser tan grande como para llevar dentro un componente tan aparatoso? Los carteles y las fotografías que lo rodean resuelven nuestra confusión: formaba parte de un cañón gigante que Sadam Hussein había ordenado construir a finales de los 80 para poder lanzar proyectiles a más de un millar de kilómetros de distancia. Por cierto que estamos hablando casi únicamente de aviones, pero como es natural las paredes y los huecos que quedan entre una y otra aeronave están cubiertos de objetos y fotografías relacionadas con un siglo largo de Aviación. Si nos parásemos a verlo todo aún seguiríamos allí…

Salimos otra vez para dirigirnos hacia el único museo no aeronáutico que hay en este impresionante lugar, el dedicado a la historia de los blindados, pero cómo no, otra vez suenan motores sobre nuestras cabezas. En esta ocasión los que llegan son los aviones de Red Bull, que incluyen un Douglas DC-6 de auténtico ensueño, un B-25, un Corsair y un P-38, todos ellos refulgiendo bajo este sol tan extraordinario para encontrarnos donde nos encontramos -de hecho alguno de nosotros acabará el día bastante chamuscado, por aquello de haberse dejado la protección solar en la maleta.

 

 

Tras presenciar las tomas de los chicos del toro rojo, entramos al último hangar, el número 7, a ver el Land Warfare Hall, una impresionante colección de tanques, cañones y vehículos diversos desde la I Guerra Mundial hasta casi nuestros días, muchos de ellos colocados en mitad de atractivos dioramas que ayudan a ponerlos en su contexto histórico. Vemos aquí un Sherman americano, allá un Tiger alemán -éste de pega, es el que se usó en la película “Salvar al Soldado Ryan”-, más lejos un T-34 soviético y por ahí un M3A3 Grand Tank británico utilizado por el mismísimo Montgomery como puesto de mando en El Alamein, por citar sólo unos pocos.

Parece que no exageran los folletos al describir éste como uno de los museos de tanques más importantes de Europa. Destaca en la exposición una zona dedicada al desembarco de Normandía, a la que se accede a través de una reproducción de una de las lanchas en el momento de abrir el portalón frente a la playa, pero también es posible visitar conflictos mucho más recientes como es el caso de la Guerra de las Malvinas.

Al cabo de no sabría decir cuántas horas regresamos al aparcamiento y nos despedimos de Duxford -aunque sólo hasta mañana- para recorrer las pocas millas que nos separan de Cambridge. Es ésta una ciudad realmente atractiva para el visitante, en la que llaman especialmente la atención los impresionantes edificios que forman parte de la universidad -el King’s College, el Trinity, el Corpus Christi …-, y que bien se merecerían al menos un día entero de paseo para poder verlos con detenimiento, pero es que venimos a lo que venimos… Tras una breve parada para cambiarnos en nuestros respectivos alojamientos -la mayoría nos quedamos en el Earl of Derby, un “Bed&Breakfast” realmente acogedor con pub incorporado- volvemos a la calle, muy animada por la presencia de gran cantidad de estudiantes asistentes a cursos de verano o de viaje de fin de curso. Nuestro destino, también visita obligada para el aerotrastornado, es “The Eagle”. Se trata de un pub cuya historia se remonta al siglo XVII, situado en la zona más céntrica de Cambridge, y que durante la Segunda Guerra Mundial fue refugio de los pilotos de la RAF y de la USAAF destinados en Duxford y en otros aeródromos cercanos. Una de sus salas está totalmente decorada con recuerdos aeronáuticos de aquellos años, fotos, maquetas, hélices de madera, gorras militares, escudos y parches de escuadrones de medio mundo -entre ellos había uno de nuestro Ejército del Aire- y el techo está curiosamente “pintarrajeado”.

 

 

Resulta que los pilotos tenían por costumbre escribir sus nombres en ese techo quemándolo con sus mecheros, algo que hacían después de la tercera o cuarta copa subidos a una silla que a su vez estaba encaramada sobre una mesa, desde la que a menudo iban a parar al suelo antes de acabar la rúbrica entre las risotadas de los compañeros. Puede parecer una gamberrada, pero si se piensa que a muchos de esos veinteañeros les quedaban quizá semanas o días de vida en el momento de estampar allí su firma, uno no puede dejar de contemplar con muchísimo respeto esa techumbre, conservada tal y como quedó al final del conflicto. El momento de retrospección no puede durar mucho, no obstante, porque una vez conseguida la preciada mesa -si llegamos un minuto más tarde nos quedamos de pie- toca elegir entre la amplia variedad de cervezas que se sirven en el lugar y algo para cenar tan contundente al menos como el ya lejano desayuno. El plato estrella de la casa es la hamburguesa “Eagle”, por la que nos decantamos por lo menos la mitad del grupo. El ambiente no puede ser más colorido gracias a la presencia de un grupo de recreación histórica, de estos que acuden a eventos de todo tipo disfrazados con uniformes y vestimenta de época, así que cada viaje a la barra lo hacemos rodeados de pilotos de la RAF y de la USAAF, de chicas de las WAAF y de algún otro uniforme menos reconocible. Más divertido imposible, pasamos una velada estupenda pero no nos retiramos demasiado tarde: lo gordo viene mañana.

 

 

El sábado a las 7:30 ya estamos devorando el English Breakfast del Earl of Derby, que está todavía mejor que el de Duxford -el café no tanto, es más bien aguachirri, pero puedes servirte todo el que quieras, lo mismo que el té-. Éste va a ser para nosotros el día del Flying Legends propiamente dicho. Hay una exhibición hoy y otra mañana, pero nuestra entrada es sólo para la primera de ellas, ya que el domingo lo hemos reservado “para el postre”. Una vez alimentados -y de qué manera- subimos a los coches y volvemos a salir hacia Duxford. Prácticamente a cada milla nos encontramos carteles de color amarillo indicando el camino a seguir para llegar a la exhibición -así da gusto-, y en un momento dado empezamos a ver avisos de posibles retenciones si seguimos por la M-11, que es la ruta más directa, y que nos recomiendan tomar un desvío. Optamos por hacerles caso y no sabemos si acertamos o no con ello, el caso es que después de dar un buen rodeo por carreteras secundarias llegamos por fin a la A-505, que es la que pasa por el IWM Duxford. En la última milla pillamos algo de atasco, pero tampoco lo sufrimos mucho porque constantemente nos sobrevuelan los Dragon Rapide, las Tiger Moth y los T-6 que, por un precio razonable -49 libras en el caso del Dragon, lo más barato-, dan paseos de unos 15 minutos por los alrededores a aquellos visitantes que se deciden a rascarse un poco más el bolsillo.

 

 

Tras dejar el coche en una de las zonas de aparcamiento dispuestas en torno a la base -la organización es fantástica, no sé cómo consigue esta gente tantísimos voluntarios con lo que nos cuesta a nosotros en la FIO reclutar a nuevos incautos-, accedemos por fin al aeródromo por una entrada lateral. Dado que los museos ya los habíamos visto, empezamos a recorrer la inmensidad de carpas y tenderetes con cosas para “frikis” de lo aéreo como nosotros. Hay tantas y tan variadas que no sabe uno dónde mirar: Libros, revistas, camisetas, cazadoras, monos de vuelo, uniformes, láminas, cuadros, gorras, sombreros, maquetas, botas, prismáticos, material fotográfico, pósters de todos los tamaños, parches, insignias… Nos salva que hemos viajado con maletas pequeñas por aquello de no tener que facturar, pero esto es como para dejar la cartera y las tarjetas echando humo. A pesar de la contención todos picamos en algo, ¿quién puede irse de aquí sin llevarse al menos una camiseta con un Spitfire? Mientras ojeamos la mercancía nuestro grupo va aumentando de tamaño, dado que hemos quedado con un par de oyentes del podcast “Motor y al Aire”, del que algunos de nosotros somos contertulios frecuentes, y también con algún miembro más del Escuadrón 69 y de los “rivales” del Ala 13. Me consta que están también por ahí los de la Asociación de Amigos del Museo del Aire, pero no los veremos porque se han sacado el Gold Pass y estarán en una carpa separada -los hay con clase-. La muchedumbre es inmensa. Hay gente procedente de medio mundo, pero no podemos dejar de darnos cuenta de que son muchos los que van hablando en español. Está visto que lo que no consiguió la Armada Invencible lo hacen posible las Low Cost.

 

 

Pagando las 5 libras de rigor, que se añaden a las 31,50 ya invertidas en la entrada -es obligatorio adquirirla de forma anticipada vía “on line”- pasamos a la línea de vuelo, es decir, a la calle de rodaje en cuyo margen están aparcados ala con ala todos los aviones, apenas a unos metros de nosotros y sin vallas por en medio, hecho este último que no deja de sorprendernos a los de la FIO. Por el césped deambulan varios figurantes disfrazados -entre ellos reconocemos a algunos de los de la noche anterior en el Eagle- que se muestran encantados de posar para las fotos, ya sea delante de los aviones o junto a los propios visitantes, por lo que resultan un atractivo añadido -otro detalle que nos apuntamos para sugerirlo en la FIO, aunque sólo sea para la exhibición que pille más cerca de los carnavales-.

 

 

 

De toda la línea donde más detenemos es donde están los Buchones. Hay nada más y nada menos que cuatro, nunca se habían reunido tantos desde el rodaje de “La Batalla de Inglaterra”, y entre ellos se encuentra un rarísimo biplaza restaurado este mismo año. Este ejemplar es el que mucha gente en las redes sociales pedía -algunos prácticamente exigían- que fuera adquirido por la FIO, cosa que se habría hecho con gusto de haber dispuesto de los 6 millones de dólares por los que se vende, cantidad con la que nuestra modesta organización podría financiarse durante varios años. Hay cosas que sencillamente no están a nuestro alcance, por más que nos pese, pero al menos podemos venir a verlos aquí.

 

 

Pegados a ellos están los Spitfires, más de una docena entre los distintos modelos, más allá los P-40 y los Mustangs, luego los aviones navales, en fin, una línea larguísima de maravillas volantes al final de la cual se encuentra el B-17 “Sally-B”, residente fijo en Duxford, pintado por uno de sus lados como el famoso “Memphis Belle” -varias de las escenas de esa película se rodaron también aquí-.

Después de un largo rato disfrutando de la cercanía de los aviones, charlando y haciendo fotos a diestro y siniestro, nos vamos a buscar sitio para ver la exhibición propiamente dicha, que empezaría a las 14:00, en apenas una hora. Cuesta encontrarlo, esto es como una de nuestras exhibiciones de la FIO pero muy “a lo bestia”, y mucha gente lleva largo rato acampada para no perder su posición en primera fila. Por cierto, para algunos no deja de ser una sensación curiosa esto de encontrarnos del mismo lado de las vallas que el público a la hora del arranque de motores –“Es que aquí nosotros también somos público.” “Ya, hombre, ya”-. Finalmente nos plantamos detrás de un grupo de jubilados británicos que debían llevar instalados allí desde primera hora de la mañana -igualito que los de primera línea de playa en Benidorm, sombrillas incluidas-. Entre ellos hay una señora, muy digna ella, que se queja un par de veces de lo alto que hablamos, aunque a su lado el marido se ríe por lo bajo. “These Spaniards are noisy, you know…” En cualquier caso más ruido hacen los Rolls Royce Merlin, y ya suenan, ya… ¡Arrancan los Spitfires!

 

 

La escena que presenciamos a continuación debe ser muy parecida a la que tendría lugar aquí mismo, varias veces al día, en el verano de 1940, cada vez que sonaba el teléfono y alguien gritaba “Scramble!”. Solos o en parejas, en cuestión de segundos un total de 11 Spitfires se van al aire y maniobran ya para entrar en formación. Se pone el vello de punta al contemplarlos, pero como estamos en 2018 y hace ya mucho que no vienen por aquí bombarderos alemanes con aviesas intenciones, en lugar de tomar altura dan una pasada en formación frente a nuestros ojos y nuestras cámaras fotográficas, antes de romperla para formar un carrusel aéreo en el que uno tras otro pican, cruzan en vuelo rasante frente al entusiasmado público y después ascienden vertiginosos antes de virar en “chandelle” y regresar en dirección opuesta. Siempre hay al menos un par de aviones enfrente de nosotros, el sonido es impresionante…

 

 

A continuación despega una nueva formación en homenaje a los héroes de la Batalla de Inglaterra -si hay algo en lo que los británicos suelen mostrarse unánimes es en que aquello fue su “finest hour”-, compuesta por un Bristol Blenheim único en el mundo -al menos por ahora-, tres Hurricanes y cuatro Spitfires.

 

 

A estos les seguirán los Curtiss, dos P-40 y un P-36 Hawk, detrás vendrán el DC-3 y los Twin Beech que vimos ayer, luego el B-17… Sería muy prolijo describir una a una las actuaciones de todos los participantes, pero si hubo un momento en el que a todos se nos aceleró el corazón fue, cómo no, cuando entraron en liza “nuestros Buchones”. Tanto escándalo armamos que el señor de delante tuvo que explicarle a su mujer por qué ahora chillábamos más todavía…

Se cumplen este año cinco décadas de la filmación, aquí mismo, de una de las películas de aviación más ambiciosas y logradas de todos los tiempos: “La Batalla de Inglaterra”. Es por ello que se ha hecho el esfuerzo de reunir a tantos Buchones, aparatos que, como sabrán la mayoría de nuestros lectores, se salvaron de convertirse en chatarra gracias precisamente a que fueron rescatados para participar en aquel rodaje, que iniciaron en Sevilla y terminaron en estas tierras. La organización del Flying Legends ha querido celebrar este aniversario de forma especial, así que mientras los “109 españoles” se agrupan empieza a sonar ya el tema “Dogfight” perteneciente a la banda sonora de la película, el que pone el fondo al tremendo combate al final de la misma. Formada la “Schwarm” con los cuatro aviones, pican agresivamente por delante de nosotros mientras por la megafonía insertan un escalofriante ruido de ametralladoras que se impone a los acordes de “Dogfight”. Casi parece que estén atacando de verdad…

 

 

Después de unas cuantas pasadas similares hacen su entrada en escena los Spitfires, los buenos de la película. El grupo de Buchones se separa en dos parejas o “Rotten” para poder hacerles frente de forma más eficaz, y acto seguido comienza un duelo a muerte, perfectamente coreografiado, entre los chicos de la RAF y los de la Luftwaffe. Al cabo de un rato, por exigencias del guión, uno de los Buchones empieza a soltar un chorro de humo simulando haber sido alcanzado, y mientras sus compañeros se retiran supuestamente en dirección al Canal los Spitfire cruzan victoriosos frente al respetable, que ruge de emoción. Minutos más tarde los cazas de ambos bandos pasan rodando por delante de nosotros, zigzagueando por la calle de rodaje con las cabinas abiertas, por las que asoman sus pilotos saludando al público que les aplaude a rabiar. De verdad, en serio: ha sido un espectáculo absolutamente inolvidable.

 

 

Tampoco podemos dejar de mencionar a la CASA 1131, es decir, una Bücker Jungman española -la misma que vimos ayer en uno de los hangares-, que pilotada por una aviadora llamada Anne Walker ejecuta una preciosa exhibición acrobática, aderezada con música y humo, capaz de rivalizar con el mejor de los ballets. Es inevitable acordarnos de nuestras Bücker y de la Jungmeister, que hace poco nos regaló una tabla acrobática bastante bonita, aunque no tan elaborada como esta que estamos presenciando. En este festival todo es a lo grande.

 

 

Acto seguido vamos a tener oportunidad de contemplar otra formación extremadamente peculiar. Procedente del festival Air Tattoo, que se está celebrando hoy mismo unos cientos de kilómetros al oeste de nosotros, llega un novísimo F-35, al que escoltan un Mustang y un Spitfire que hemos visto despegar un rato antes. Para poder mantenerse con ellos el F-35 va con todo fuera y con un ángulo de ataque bastante forzado, pero no parece tener demasiados problemas para mantenerse así el tiempo que haga falta. Después de un par de pasadas el trío se dirige perpendicularmente hacia nosotros, y de repente el Spitfire y el Mustang rompen cada uno hacia un lado al mismo tiempo que el F-35 mete gases a fondo y asciende como un cohete, provocando un estruendo mayor que el que hacían todos los Spitfires juntos hace un rato. Antes de marcharse evoluciona unos minutos ante nuestros ojos, mientras el “speaker” insiste una y otra vez en que lo que estamos viendo es sólo una mínima parte de lo que el cazabombardero de la Lockheed puede llegar a hacer.

 

 

El ”show” continúa con los cazas navales, que incluyen una pareja de Hawker Fury, dos Corsair, un Wildcat y un Hellcat, luego los de la Red Bull con su P-38 y su Corsair haciendo acrobacia en formación mientras se cruzan con el B-25, y el impresionante DC-6 que realiza unas trepadas que nos dejan patidifusos -no lo imaginábamos capaz de maniobrar así-. Tenemos ocasión de disfrutar también, cómo no, de los P-51 Mustang -cinco en total- y del apabullante P-47 Thunderbolt, además de un segundo DC-3 procedente de Noruega y que ya es un habitual en el Flying Legends. Nos quedaremos con las ganas esta vez de ver el Avro Lancaster, que hoy sábado está en el Air Tattoo y sólo estará en Duxford mañana, pero es tanto lo que hemos podido contemplar que no es cuestión de lamentarse demasiado por una única ausencia -algunos lo hemos visto ya en ocasiones anteriores-. Además, transcurridas ya tres horas y media de exhibición, nos falta todavía la guinda: ¡el Balbo!

 

 

Es tradicional cerrar el Flying Legends con una extraordinaria formación multitudinaria de la que forman parte la mayoría de los aviones participantes en el festival, más de 30 aeronaves de los años de la Segunda Guerra Mundial -aunque no lo hemos dicho hasta ahora hay que hacer notar que algunos de estos aparatos tuvieron una participación muy notable en el conflicto, y los hay que incluso se anotaron derribos-, pasando en tríos y cuartetos sobre la pista de Duxford a pocos cientos de metros del público. Toma su nombre del italiano Ítalo Balbo, que en 1933 comandó una formación de 24 hidroaviones en un vuelo histórico que les llevaría, en varias etapas, desde Roma hasta Chicago ida y vuelta. Aunque sólo fuera por ver el Balbo ya habría merecido la pena el viaje: es indescriptible lo que siente un aficionado como nosotros al contemplar el paso de tantos y tantos aviones históricos, reunidos en una misma formación, y escuchar el ruido de todos esos motores que le hacen vibrar a uno por dentro y por fuera. ¡Viva el Flying Legends!

Han sido cuatro horas de pura magia, pero todavía nos resistimos a apartarnos de las vallas, aprovechando que los de delante ya se han ido, y no nos movemos de allí hasta que el último de los cazas que han volado en la Balbo pasa rodando para volver a su puesto en la línea. Cuando lo hace el P-47, que ha partido desde justo enfrente de nuestra posición, vira delante de nosotros y el vendaval que genera su enorme hélice hace volar gorras, volcar mochilas y que se nos llene la ropa de briznas secas de césped, se puede decir que por su culpa nos llevamos puesto un poquito de Duxford. Ahora sí que se ha acabado. Todavía con una sonrisa bobalicona de satisfacción en la cara, recorremos de nuevo las tiendas para hacer alguna compra de última hora y recogemos los coches para regresar a Cambridge. Estamos tan agotados que decidimos quedarnos a cenar en el Earl of Derby -todos menos los amigos del Club de Vuelo TAS, que se vuelven a Madrid en unas horas-, que tiene una zona de merendero fuera donde se está de maravilla -¿hemos dicho ya que nos está haciendo un tiempo increíble?-, y entre cerveza y cerveza y un buen plato de lo que sea dejamos que caiga la noche hablando de aviones y arreglando el mundo… como buenos españoles.

Llega el domingo, tercer y último día de nuestra pequeña aventura, que hemos reservado para algo casi tan especial como el Flying Legends: nos vamos a ver la Shuttleworth Collection. Ubicada en el aeródromo de Old Warden, a unos 40 km de Cambridge, la Shuttleworth es como la FIO pero aún más a lo grande -no en vano llevan operando desde los años 30-. ¿Os acordáis de la película “Aquellos chalados y sus locos cacharros”? Para los lectores de nueva cuña recordaremos que se trata una deliciosa comedia -nos gusta más el título original, “Those magnificent men and their flying machines”- sobre una carrera aérea que tiene supuestamente lugar en 1910, y en la que competidores de varias naciones hacen de todo con tal de ser los primeros en llegar a París. Pues bien, los cinco aviones con los que se rodó esa maravilla en 1965 siguen volando en la Shuttleworth Collection, uno de ellos un Blackburn original de 1912 que durante muchos años fue el más antiguo conservado en vuelo, hasta que fue superado por un Bleriot XI de 1909 y un Deperdussin de 1910 restaurados también por la Shuttleworth.

Las carreteras para llegar a Old Warden desde Cambridge son de esas de 4 metros de ancho, en algunos tramos sin raya en el centro, sin arcenes y con setos de tres o cuatro metros de alto a cada lado, si no fuera por lo moderno de nuestros coches pensaríamos haber viajado atrás en el tiempo. Afortunadamente a estas alturas ya somos unos expertos en esto de conducir con el volante a la derecha y ya casi no atropellamos a nadie -es broma-. Una vez allí nos encontramos un fantástico aeródromo de los de antes, una inmensa explanada de hierba rodeada de árboles, con una torre de las que ya sólo se ven en las películas antiguas y unos hangares totalmente a tono con el resto del paisaje. Nos detenemos un momento antes de entrar y vemos llegar una pequeña Piper L-4 pintada a la americana, prima hermana de la de la FIO, mientras sobre el césped un grupo de moteros que han venido en motos “vintage” -Harley-Davidson, Triumph, etc-, que se encuentran aparcadas junto al camino, disfrutan de un pequeño concierto al aire libre. La imagen no puede ser más bucólica, pero es hora de entrar al museo.

 

 

Son varios hangares comunicados entre sí, cada uno de los cuales es al menos tan grande como el que tiene la FIO en Cuatro Vientos. Los aviones, mucho menos apretados, pueden contemplarse sin estorbos, lo mismo que la miríada de fotos y objetos varios que se encuentran adosados a las paredes. Personalmente creo que es el museo de aviación más bonito en el que haya estado nunca. Respecto a la colección en sí… es para echarla de comer aparte. Sólo el primer hangar, dedicado a la Primera Guerra Mundial, es como para quedarse horas en muda contemplación. Entre los modelos originales, todos en estado de vuelo, nos encontramos un Sopwith Pup, un Bristol F2.b, un SE5A y un Avro 504K con un vehículo “starter” acoplado a su hélice.

 

 

Entre las réplicas, todas ellas fenomenales hasta en su último detalle y también en estado operativo, hay un Sopwith Triplane y un Sopwith Camel. En los muros contemplamos fotografías de los grandes ases y de los aviones de la Gran Guerra, hélices de varios modelos, los planos de un Triplane desentelados, estupendas maquetas en varias escalas y todo tipo de memorabilia.

 

 

Un segundo hangar está dedicado a la Segunda Guerra Mundial, y en él vemos un Sea Hurricane -acompañado de unos paneles en los que se explica el funcionamiento de los mecanismos que permitían su operación desde catapultas o en portaviones-, un Gloster Gladiator, un Hawker Hind y parte de un ME-163 -que permite observar su motor cohete-. Encontramos vacío el hueco del Spitfire, que por lo visto está participando en el Air Tattoo.

 

 

El siguiente edificio está reservado para vehículos terrestres, entre los que se encuentran varios autobuses de primeros del siglo XX restaurados con exquisito mimo y que, al igual que los aviones, también están en condiciones de ser usados, así como varios coches de caballos de distintas épocas.

 

 

En el hangar contiguo encontramos un Lysander y un Polikarpov PO-2 como el nuestro, pero con ametralladora en el puesto del navegante, y detrás una De Havilland Chipmunk y un Miles Magister entre otros. Nos paramos junto a un soberbio monoplano blanco de ala baja, enorme motor y con la cabina sobresaliendo apenas del fuselaje. Obviamente es un avión de carreras: se trata del Percival Mew Gull que ganó la King’s Cup en 1938… ¡y de nuevo en 1955!

 

 

Cerca de él vemos varios paneles relacionados con uno de los aviones más bonitos de la colección, el De Havilland Comet de 1934 “Grosvenor House”, pero el Comet no está, ¿será posible que nos lo vayamos a perder? También nos llama la atención un Hawk Speed Six, pariente cercano del Falcon Six de la FIO, y un planeador Fauvel AV-36 que es como una pequeña ala volante y es capaz de ejecutar maniobras increíbles -esto lo comprobaremos después viendo un vídeo-, pero sigamos, que no vamos a poder contarlo todo…

Nos encontramos ahora con los aviones más antiguos, entre ellos algunas de las réplicas construidas expresamente para su participación en “Those magnificent men and their flying machines”, como es el caso del Bristol Kite que hacía de Wright Flyer en la película y el sorprendente Avro Triplane. Junto a ellos el Deperdussin original de 1910 y el Bleriot XI de 1909, el más antiguo en vuelo del mundo como ya hemos comentado anteriormente.

 

 

Resulta increíble que este avión esté en estado de vuelo, pero así es, no hay más que verlo, aunque para que se vaya al aire deben darse condiciones meteorológicas muy especiales, en particular un viento que no supere los dos nudos, cosa que sólo es posible poco después del amanecer y poco antes del atardecer, que es cuando se celebran los eventos especiales en los que participa. Nos enteramos de que ayer mismo hubo uno y nos lamentamos de no haber podido estar en dos sitios al mismo tiempo, pero nos prometemos volver en alguna ocasión con el objetivo primordial de ver la Shuttleworth en vuelo. Contemplando este avión tan especial podemos sacar a colación la eterna polémica acerca de si está justificado o no el arriesgar estos aparatos manteniéndolos en vuelo, o si por el contrario deberían estar preservados en un museo clásico alejados de todo daño. Personalmente me cuesta ser imparcial en este tema. Soy tanto miembro de la FIO como de la Asociación de Amigos del Museo del Aire, y de los dos museos disfruto muchísimo, pero estoy convencido de que una sola pasada de uno de estos aviones es capaz de alimentar más sueños y quizá, despertar vocaciones, que años de exposición de la misma aeronave inerte, dentro de una sala y detrás de unos cordones. Lo más parecido que había visto hasta ahora a este Bleriot XI es el Vilanova-Acedo del Museo del Aire, prácticamente idéntico, y que probablemente sería imposible poner en vuelo aunque así se deseara. Aun reconociendo al Vilanova-Acedo como a una auténtica joya su observación no admite comparación con la del Bleriot, cuyo estado es infinitamente más óptimo y de hecho es muy posible que volase ayer mismo -no hemos podido comprobarlo-. Sin duda es un riesgo obligarlos a seguir levantando las ruedas del suelo, pero es que es precisamente para eso para lo que fueron construidos, no se concibieron como obras de arte destinadas a ser admiradas pero en ningún caso tocadas por mano alguna que no sea la de un restaurador, llegado el caso. Puede que algún día este magnífico Bleriot sufra un accidente, y habrá quien se lleve las manos a la cabeza porque tal cosa haya sido permitida, porque incluso si es posible repararlo será necesario sustituir alguna de sus piezas originales que haya quedado irreversiblemente dañada, y también podría ser que se perdiera por completo, privando a futuras generaciones de la oportunidad de verlo en favor del placer egoísta de los espectadores del presente. Entiendo este punto de vista, ¡cómo no voy a entenderlo! Pero ahora comparad ver un T-6 o una Bücker en el Museo del Aire con verlos en la FIO, los unos varados entre cuatro paredes, bajo una iluminación que siempre parecerá insuficiente, y los otros cruzando el firmamento despertando la admiración de quienes tienen la dicha de contemplarlos… ¡y de oírlos! No hay color. Por eso hay tanta gente como nosotros que ahorra para venir a ver un Flying Leyends o una exhibición de la Shuttleworth, por no mencionar a los que vienen a Madrid desde cualquier provincia de España o incluso desde otros países para ver una hora de demostración en vuelo de la FIO. Es una experiencia única.

Continuamos. Al acercarnos a la puerta que ha de llevarnos al último de los hangares, que contiene algunos aviones pertenecientes a particulares que se encuentran en préstamo en la Shuttleworth, sale por ella uno de los voluntarios de la Shuttleworth, un señor que debe pasar de los 70, con el pelo totalmente blanco, cuyo nombre es Chris según la tarjeta que le cuelga del pecho. El hombre se para a sujetarnos la puerta… y un buen rato más tarde sigue allí charlando con nosotros. Con amabilidad extraordinaria se interesa por nuestra procedencia -le comentamos que somos de la FIO- y él nos habla de la colección en un tono en el que se mezclan la modestia -por su participación personal- y el orgullo -por la Shuttleworth en su conjunto-, y que destila sobre todo mucho amor por el trabajo que hacen allí desde hace ya tantas décadas. En un momento dado sale el tema de las películas y por supuesto “Those magnificent men and their flying machines”, y le cuento que uno de nuestros “bosses” en la FIO -me estoy refiriendo a Pedro Valle- nos ha dicho más de una vez que para todo aficionado que se precie debería ser obligatorio ver esa película al menos una vez al año. El asiente divertido y añade: “that and The Battle of Britain”. Es una escena la mar de entrañable. Antes de despedirnos aprovechamos para preguntarle por dos piezas originales que hemos echado de menos, el De Havilland Comet y el Blackburn de 1912. Nos explica que están en el hangar de restauración, junto a la entrada, y nos invita a que vayamos al final de la visita a ver si podemos verlos.

 

 

Así lo hacemos, y aunque a estas horas estamos ya bastante hambrientos y los olores que vienen del restaurante están a punto de hacernos virar en esa dirección, nos vamos primero al hangar de restauración. Ahí encontramos por fin al Comet, junto a un Bristol M1C -éste es una réplica- también muy llamativo, aunque no tanto como el espectacular bimotor de carreras diseñado por De Havilland “para preservar el honor británico intentando al menos ganar la King’s Cup.” Este ejemplar en concreto, bautizado en su día como “Grosvenor House”, es el que ganó la MacRobertson Air Race en 1934, pilotado por los legendarios Charles Scott y Tom Black, que recorrieron con él en 70 horas y 55 minutos la distancia que separa Inglaterra de Australia. El Blackburn, por desgracia, se entrevé apenas en una zona a la que no es posible acceder, en la parte delantera del hangar -hemos entrado por la de atrás-, así que ese sí que parece que nos vamos a quedar sin verlo. Tras disfrutar un buen rato de la visión del Comet y hacer otro puñado de fotos nos vamos por fin a comer.

Esto se acaba, y casi más que otra cosa porque aún no tenemos ganas de irnos, volvemos a entretenernos un rato en la tienda de la Shuttleworth y terminamos, cómo no, pasando otra vez por la caja. A la salida caminamos por delante del hangar de mantenimiento y nos fijamos en que tiene unas ventanitas en la parte frontal, así que nos asomamos por si podemos ver algo del famoso Blackburn. En eso estamos cuando sale un mecánico que nos ha visto desde dentro y se dirige a nosotros con tanta amabilidad como el bueno de Chris hace un rato. Empezamos a hablar con él y en un momento dado le dejamos caer, con carita de pena, que lo único que nos pesa es marcharnos sin ver el Blackburn. Él asiente con la cabeza y dice únicamente “Follow me”. Hala, todos para adentro a un sitio al que no pueden pasar normalmente los visitantes, ¡está claro que aquí estamos entre amigos!

 

 

Este hombre, cuyo nombre por desgracia no soy capaz de recordar, nos enseña el Blackburn como un tío soltero presumiendo de su sobrino favorito, metiendo el brazo en la espartana cabina para mostrarnos el funcionamiento de los controles. Recordemos que en 1912 aún no se había extendido el uso de alerones, y el Blackburn no los lleva, así que cuando se gira el volante de mando comprobamos que se tuerce literalmente la punta del ala, algo que ninguno habíamos visto en directo. Este método, nos explica, proporciona en torno al 10% de la efectividad de un alerón, por lo que los virajes de estos aviones -también funcionan por torsión el Bleriot y el Deperdussin de la colección- son prácticamente planos, a base de timón y derrapando. No son precisamente estables, y de ahí que haya que tomar todas las precauciones posibles para su vuelo y que éste sólo se lleve a cabo con el viento prácticamente en calma -de ahí que en las escenas de “Those magnificent men and their flying machines” en las que se emplearon aviones reales, entre ellos este mismo Blackburn, aparezcan casi siempre volando en línea recta.

 

 

Tras las fotos de rigor, mientras nos despedimos de nuestro anfitrión, éste nos propone que pongamos el último broche acercándonos a ver la torre, aunque sea sólo por fuera, y eso es justo lo que hacemos.

Los moteros ya se han ido y apenas quedan coches en el parking. Caminamos sin prisa hasta la torre, un pequeño edificio de madera pintado en negro y blanco que no habría desentonado en un campo de la RAF de los años 30, y buscamos un lugar donde apoyar una de las cámaras para hacer una última y simbólica foto de grupo.

 

 

Por el césped, no muy lejos de nosotros, rueda una pizpireta Piper PA-28 blanca y azul. La vemos acelerar sobre la hierba en dirección al viento y unos instantes después su silueta se recorta contra el cielo, por encima de los frondosos árboles que rodean Old Warden. Es hermoso. Ver esto es imaginar lo que podría llegar a ser la FIO en un campo propio, como el que se ha llegado a barajar en Corral de Ayllón (Segovia) pero para el que hace falta una inversión que no estamos en condiciones de hacer, y hasta la fecha no hay entidad o patrocinador alguno dispuestos a ayudarnos en tal empresa -pasa lo mismo que para lo de comprar un Buchón, como ya hemos comentado antes-. En las próximas semanas se decidirá si nuestro futuro está en Getafe o en San Javier, pues lo único que tenemos claro es que en Cuatro Vientos, aunque nos pese, no podemos seguir mucho más tiempo. La clave, cómo no, está en el apoyo económico e institucional, sin los cuales nos sería extremadamente complicado poder seguir con este proyecto, pues no tenemos tantos socios protectores como para poder funcionar únicamente con sus aportaciones o con lo que se saca de las exhibiciones. Dándole vueltas a esto no puede dejar de llamarnos la atención un cartel que hemos visto colgado en uno de los hangares de la Shuttleworth.

 

 

“Este hangar fue erigido gracias a la generosidad de la Señora Joyce Collins en memoria de su marido quien, simplemente, amaba la Shuttleworth Collection.”

Mientras conducimos hacia Stansted para tomar nuestro vuelo de vuelta nos preguntamos si alguna vez, en la FIO, nos haremos merecedores de un amor semejante. Habrá que seguir trabajando para que así sea.

 

Texto: Darío Pozo

Fotos y vídeo: Antonio Salmerón, José Pascual, José Antonio García y Darío Pozo

Más información sobre el IWM Duxford

https://www.iwm.org.uk/visits/iwm-duxford

Sobre el Flying Legends

https://www.flyinglegends.com/

Sobre la Shuttleworth Collection

http://www.shuttleworth.org/

Programa del podcast “Motor y al Aire” dedicado a este viaje

https://www.ivoox.com/motor-al-aire-especial-duxford-riat-y-audios-mp3_rf_27155938_1.html

2 pensamientos sobre “Achtung, Spitfires!”

  1. Me ha encantado el relato, me parecía estar allí -¡ojala!- con vosotros. Como fanáticos que sois, merecéis haberlo pasado tan bien. ¿Qué no decaiga la afición!

    1. ¡Muchas gracias! Menudo honor recibir un comentario del gran “Canario” Azaola (todos los amantes de la Aviación estamos en deuda contigo)… De haber estado tú con nosotros habríamos disfrutado todavía más.

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