
Boeing Stearman y De Havilland Moth (Foto Paco Rivas)
1 de septiembre de 2019, 08:45. Empieza una nueva jornada de exhibición aérea. A algunos se les ve bastante más morenos que hace dos meses, en la de julio. Hay quien acaba de volver de vacaciones y no ha tenido tiempo ni de deshacer la maleta, pero sí para sacar del armario el mono o la camiseta de la FIO y venir a arrimar el hombro. Los mecánicos empiezan a traer al corralito los aviones que van a participar en la demostración en vuelo, además del Super Saeta, que estará sólo en la estática. No veremos hoy todavía al Mosca, que está en el hangar con la hélice desmontada, a la espera de que vuelva perfectamente calibrada y se puedan hacer las correspondientes pruebas en vuelo de aquí a un par de semanas: si todo va bien volveremos a disfrutar de sus pasadas en octubre. ¡Por fin! También se queda bajo techo el Dragon Rapide, aunque lo suyo es más rutinario y debería recuperar la operatividad en pocos días. Del resto, todos los previstos entrenaron ayer con normalidad.
La alegría por los reencuentros y por ser día de exhibición no es, sin embargo, del todo completa. Los últimos días no han sido buenos para los aficionados a la aviación. Un accidente de ultraligero en Huelva, otro aún más grave en Mallorca con una colisión en vuelo entre un ultraligero y un helicóptero y, finalmente, el lunes, el C-101 de la Academia General del Aire que cayó en La Manga provocando la muerte del comandante Paco Marín, durante años Águila 5. Como las desgracias parece que nunca vienen solas, después nos enteraremos de que ayer mismo nos dejó Florencio, colaborador de la FIO y conocido instructor de vuelo a vela, víctima también de un accidente mientras hacía aquello que más amaba.
No es normal que sucedan tantos hechos de este tipo en tan poco tiempo. No nos cansamos de hablar de lo segura que es la aviación, y es completamente cierto, pero a veces esta pasión nuestra se cobra un precio tan alto que no podemos dejar de reflexionar sobre ello. Tanto Paco Marín como Florencio eran pilotos tremendamente experimentados, cada uno en su campo, ambos auténticos enamorados del vuelo que, en su faceta como instructores, habían sabido transmitir a sus alumnos esa mezcla de conocimientos, de disciplina y de respeto por lo que se tiene entre las manos que hace de un piloto lo que es, tanto si vuela profesionalmente como si sólo lo hace por afición, pero también el amor y el aeronáutico entusiasmo que lo convierte, además, en aviador. Ellos sin duda lo eran. El hecho de que pilotos tan capaces hayan perdido la vida en sendos accidentes debe llenarnos de humildad a los demás, hacernos mantener la guardia alta y no dejar jamás de aprender, pero en ningún caso nos hará desear menos seguir volando. Cuando hace más de 70 años le preguntaban a Amelia Earhart “¿Por qué vuela usted?”, ella contestaba “Vuelo porque quiero hacerlo”. Se podría elaborar más la respuesta, pero no cambiaría en nada su esencia. Volamos precisamente por eso, porque queremos. Volamos porque sentimos desde siempre ese impulso en nuestro corazón, porque nos hace sentir dichosos y completos, porque amamos lo que experimentamos cuando lo hacemos, y por eso cada vez que los venerables aviones de la FIO se van al aire le estamos contando al público Historia, pero también una historia, la de todos nosotros y la de cuantos nos precedieron desde antes incluso de que llegaran al mundo los hermanos Wright, por lo menos desde que Abbás Ibn Firmas se lanzó al aire desde el minarete de la mezquita de Córdoba con alas hechas de madera, seda y plumas de ave -y encima vivió para contarlo-.

Homenaje (Foto Shery Shalchian)
Terminada la visita guiada, nuestros pilotos se reúnen en el centro del corralito y nuestro Presidente, Carlos Valle, pronuncia unas palabras en memoria de Paco y de Florencio y pide por ellos unos instantes de silencio que guardan, respetuosos, todos nuestros visitantes junto con el personal de la FIO, para acabar en un unánime aplauso.
¡Vamos, motores en marcha, calzos fuera!
Hoy va por vosotros.
A la una en punto despega la Dornier-27 remolcando el planeador Swallow, que traza arcos en el cielo mientras van despegando el resto de aviones: la Moth y el Stearman, dos Bücker Jungmann y la Jungmeister, el Miles Falcon, la Stinson Voyager, la AISA I-115 y la Chipmunk, la Mentor y el Texan, el Twin Beech y, finalmente, el Yak-52 “Blue Devil” de Nico Goulet, que hará las delicias del público con una demostración acrobática de las buenas.

Texan, Twin Beech, Mentor y Yak-52 (Foto Paco Rivas)
Durante una hora entera miramos todos hacia lo alto, disfrutando de las evoluciones en solitario y en formación de todas estas joyas, gozando con el ruido que hacen sus motores de pistón, un sonido que evoca las aventuras de otros tiempos y sirve de homenaje a los aviadores y aviadoras que las protagonizaron, a los de antaño y a los que acabamos de empezar a echar de menos.
Nos vemos en la siguiente exhibición. ¡No nos faltéis!
La labor y entrega que estáis realizando no tiene precio, enhorabuena y envidia de que los voleis
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